El principal protagonista de esta etapa de la historia española es el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, que intentó establecer una serie de reformas para aumentar los recursos de la monarquía, proponiendo la "Unión de Armas" en 1626, como contribución de todos los reinos a los gastos para la formación de un nuevo ejército. Su política centralizadora provocó el rechazo general: en 1635, con motivo de la guerra de Francia contra España y el imperio, Cataluña se convirtió en un frente militar. El 7 de junio de 1640, se produjo en Barcelona el "Corpus de Sangre", un altercado entre segadores y funcionarios reales. Madrid respondió con un ejército de 30.000 hombres. Los catalanes recabaron ayuda francesa, y en enero de 1641 Cataluña se convirtió en una república bajo la protección de Francia, hasta la rendición de Barcelona en 1652 bajo las tropas reales.
La rebelión catalana propició la sublevación de Portugal en 1640. Las Cortes portuguesas nombraron rey al duque de Braganza con el nombre de Juan IV, reconocido por Francia y Gran Bretaña. En 1641, se produjo en Andalucía una conspiración dirigida por el duque de Medina Sidonia y en 1648 fracasó en Aragón otra similar, encabezada por el duque de Híjar.
Por otra parte, a raíz de la Guerra de los Treinta Años, la hegemonía hispana se derrumbó. Tras el fracaso de la Unión de Armas de 1626, Olivares seguía con sus proyectos bélicos, a pesar de la crisis financiera. Envió a Cataluña los tercios e invadió Francia desde Flandes, donde los tercios sólo podían recibir ayuda por vía marítima. Por ello, la derrota de la escuadra en la Batalla de las Dunas en 1639 quebró el poder militar español. Casi al mismo tiempo, la escuadra hispano-portuguesa era derrotada en las Indias por los holandeses, que obtenían el control de las rutas atlánticas. En 1640, cuando estallaron las revueltas de Cataluña y Portugal, Olivares tuvo que firmar la paz.
En 1643, encendida la guerra en todas partes, se produjo la derrota de Rocroi, y Olivares tuvo que abandonar el gobierno. Su sucesor, Don Luis de Haro, tuvo que firmar la Paz de Westfalia en 1648, que intentó fijar un nuevo sistema de equilibrio de poderes en Europa y confirmó el papel secundario de la muy tocada monarquía hispánica.
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